Efraín Valles, un guía peruano que alguna vez acompañó a princesas, líderes mundiales y cantantes en rutas turísticas exclusivas para conocer la tierra de los Incas, ahora prepara helados para sobrevivir en medio de la pandemia del nuevo coronavirus.
Sur Florida / apnews
Es uno de los 1,3 millones de afectados en Perú en una actividad arrasada por el coronavirus y que ha provocado que Cusco, la capital de los Incas y que vive casi por completo del turismo internacional, se encuentre ahogada en la peor crisis de su historia reciente.
“Estamos empezando desde cero en una actividad que nunca pensamos que íbamos a tener”, dijo Valles, vestido con un traje de protección blanco, mientras junto a dos colegas suyos hacía helados artesanales de frutas que venden desde 2,7 dólares bajo el nombre de “Qosqo Creme”.
La última década fue brillante para Valles. En 2014 fue considerado el mejor guía del mundo por la revista británica de turismo Wanderlust y en 2016 el gobierno lo nombró embajador de la marca Perú, una estrategia para atraer a más turistas internacionales al país sudamericano.
Entre los 8.000 guías turísticos de Cusco, Valles era uno de los más solicitados. Eso le permitió acompañar por los Andes a la princesa Beatrice, nieta de la reina Isabel II; al expresidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim; al cantante británico Ed Sheeran, así como a los nietos del estadounidense Hiram Bingham, quien exploró y fotografió la ciudadela inca Machu Picchu en 1911.
De pronto, la llegada del virus a Perú en marzo y las restricciones de viajes internacionales provocaron que el sector turístico en Cusco, una región un poco más grande que los territorios de Suiza y Bélgica juntos, ruede a un abismo junto a más de 226.000 personas que trabajaban como artesanos, meseros, agricultores, trabajadores de hoteles, taxistas y hasta lustradores de calzado.
Cusco -con más de 1,8 millón de visitas internacionales anuales- está vacío de turistas y en su plaza principal sólo se escucha español y quechua, un suceso improbable antes de la pandemia, cuando parecía una pequeña Babel con grupos de visitantes hablando en diversas lenguas al mismo tiempo.
Al recorrer su plaza principal se observan hoteles cerrados con candados, al igual que agencias de viajes, joyerías, restaurantes, cafés, chocolaterías y casas de cambio. Sólo algunas tiendas de recuerdos se mantienen abiertas, pero acumulan días sucesivos sin compradores.
“No vendo nada”, dijo Lourdes Auca, de 50 años, quien reabrió hace dos semanas su tienda de recuerdos de 20 metros en la plaza donde ofrece gorros de lana de alpaca y por el que paga 2.100 dólares mensuales de renta. Antes, en un buen día, ganaba hasta 300 dólares. Ahora sus dos hijos han abandonado sus estudios universitarios porque la familia se quedó sin dinero.
Ruth Rodríguez, dueña de la agencia de turismo Ruthbela Travel Tours, recuerda que el 24 de junio, el día del Inti Raymi o Fiesta del Sol, era una fecha con miles de turistas en las calles, pero este año la ciudad estaba vacía cumpliendo un encierro para frenar los contagios del virus.
“Parecía que las calles lloraban porque no había nadie”, dijo Rodríguez, de 37 años, quien acumula 13.000 dólares en deudas y emplea a siete personas quienes a su vez son jefes de familia.
El gobierno central creó un fondo de 143 millones de dólares como garantía a préstamos de la banca a integrantes del sector, pero Rodríguez, a quien un banco le negó hace poco 5.000 dólares, afirma que la medida sólo favorece a grandes grupos empresariales.
Fredy Deza, director regional de turismo de Cusco, dijo a la AP que hay 8.000 guías turísticos en la región que no acceden a estos beneficios. “Los artesanos tampoco son reconocidos para la banca”, comentó. Luego, el gobierno central asignó 4,5 millones de dólares del fondo para otorgarlos a guías y artesanos que propongan nuevas rutas turísticas y proyectos de artesanías innovadores.
Al momento unos 129 elegidos entre guías y artesanos de Cusco han recibido la subvención estatal que otorga 830 dólares a los guías y 415 dólares a los artesanos, de acuerdo con datos oficiales.
El pequeño pueblo de Aguas Calientes, el más cercano a Machu Picchu y que vive exclusivamente del turismo, es una ciudad fantasma. Sus calles sinuosas con nombres de los gobernantes incas son recorridas por barredoras, policías municipales, así como por perros y gatos callejeros que ahora buscan en vano un poco de comida por los suelos.
Más del 60% de los 8.000 habitantes se marchó de Aguas Calientes. Eran trabajadores de centenares de negocios cerrados. Pilar Pérez, barredora de 34 años, dijo a la AP que, en cuatro años de trabajo, jamás halló tan poca basura en las calles. “Nunca había pasado esto”, dijo desconcertada.
Lidu Guzmán, de 32 años y dueña del hostal Luna Muna en Aguas Calientes, no tiene turistas en su edificio de cinco plantas. “Estamos en cero”, dijo al recordar que sus clientes eran en su mayoría jóvenes de Estados Unidos. “Será duro hasta que haya vacuna”, comentó preocupada.
La importante ley para proteger Machu Picchu, que fija el ingreso a la ciudadela de hasta 675 turistas por día, también juega en contra de los intereses hoteleros. Antes llegaban 6.000 turistas en los mejores días y unos 4.000 en la temporada baja. “Significa que vendrán en la mañana y se irán en la tarde”, dijo Guzmán apretándose los dedos de sus manos.
Los empresarios del turismo en Cusco creen que las cosas podrían normalizarse en 2022 y esperan que en 2021 apenas lleguen al 30% de lo logrado en 2019. Por ahora están focalizados en captar los viajeros empresariales, turistas locales y si es posible de algunos países cercanos.
Carlos Milla, presidente de la Cámara de Turismo de Cusco, dijo “nuestra primera estrategia es mantener el servicio al mínimo costo posible tratando de optimizar la relación entre precio y calidad”.
Varios trabajadores de hoteles fueron despedidos al inicio de la pandemia en marzo, pero sus empleadores han comenzado a llamarlos otra vez.
Cleydy Auca, quien se graduó como administradora pero limpia cuartos de hotel, comentó que fue recontratada hace una semana con el mismo pago, 258 dólares, el sueldo mínimo en Perú.
En siete meses de paro, la joven de 25 años vio cómo sus ahorros de 1.300 dólares se esfumaron comprando alimentos para ella y sus padres en un barrio humilde en las afueras Cusco. Ahora, vestida con traje de mucama, ingresa con una máscara, cofia, guantes y desinfectante a limpiar los cuartos de los escasos huéspedes que llegan a los hoteles.
“Da miedo”, dijo mientras arreglaba las almohadas blancas de un cuarto de hotel. “Pero más miedo da quedarse sin trabajo”, añadió con amarga alegría.
Valles, el famoso guía turístico, sintió la fragilidad de su empleo pocas semanas después que el gobierno anunció la cuarentena y el dinero se iba de sus manos para pagar la hipoteca de su apartamento, los estudios privados de sus tres hijos, así como los gastos de alimentación y servicios.
“Te desesperas”, dijo mientras pelaba aguaymanto, una fruta andina rica en antioxidantes. “Te cuestionas a ti mismo y te preguntas, por qué no estudié otra carrera” recordó.
Entonces comenzó a vender aguacates vestido con un traje de Superman. Vendió 600 kilos, pero como muchas personas comenzaron a comercializar lo mismo cambió a quesos, miel y huevos. En junio se unió a dos amigos guías turísticos como él que ya habían iniciado el proyecto de fabricar helados artesanales en siete sabores que ahora reparten en motocicleta.
Cuando recorre la ciudad de los Incas llevando los helados piensa en su antigua profesión golpeada por la pandemia y le queda claro que los bancos no confían en los pequeños emprendedores.
“Pedimos préstamos para que los guías puedan reinventarse. No queremos que nos regalen, sino que los bancos nos presten a un interés de igual condición que las empresas grandes”, dijo.