Más de 90.000 personas murieron en residencias para ancianos debido al coronavirus en Estados Unidos y activistas defensores de los derechos de las personas de la tercera edad dicen que a esto se suman miles de fallecimientos derivados de la falta de atención por parte de personal abrumado por la pandemia y del deterioro asociado con el aislamiento.
Sur Florida / apnews
Abundan las denuncias de que no se les cambian los pañales por tanto tiempo que se despellejan y les salen llagas profundas. Una mala alimentación y deshidratación, por otro lado, aceleran su deterioro.
También hay muchas muertes que los médicos creen son causadas por la desesperación al no poder ver a los seres queridos.
“La pandemia sacó a la luz lo que pasa realmente en estas instalaciones”, expresó June Linnertz, cuyo padre murió en junio. Indicó que vivía en condiciones pútridas en una residencia para ancianos de Plymouth, Minnesota. “Ya era mala, pero las cosas empeoraron” tras la pandemia.
Un experto en las residencias de ancianos, Stephen Kaye, profesor del Instituto sobre la Salud y la Ancianidad de la Universidad de California, con sede en San Francisco, estudió la información de 15.000 instalaciones para la Associated Press y descubrió que por cada dos víctimas fatales del COVID-19 en los geriátricos, hay una que fallece prematuramente por otras causas. Calcula que desde marzo puede haber habido más de 40.000 decesos prematuros.
Cuanto más diseminado está el virus en una residencia, comprobó Kaye, más muertes hay por otras razones, lo que hace pensar que la atención de los pacientes decae porque el personal está abrumado por los casos de COVID-19 o porque escasea el personal dado que muchos empleados de estas instalaciones se contagian también del virus.
“El sistema de salud está al límite. Si surge una crisis, no la podemos manejar”, dijo Kaye. “No hay suficiente personal para atender a los residentes de los geriátricos”.
El doctor David Gifford, de la American Health Care Association, que representa a las residencias para ancianos, niega que estos centros carezcan de personal suficiente y sostiene que el estimado de decenas de miles de muertes por razones no asociadas con el COVID-19 es pura “especulación”.
“Hay algunas historias realmente tristes”, manifestó, “pero no es algo generalizado”.
En todo el país, no obstante, hay gente que dice que perdió seres queridos que no debieron haber muerto.
En Birmingham, Alabama, Donald Wallace fue uno de los pocos afortunados que no se contagiaron del COVID-19 en el West Hill Health and Rehab. Pero este camionero jubilado de 75 años bajó 98 libras (44 kilos) por desnutrición y deshidratación. Su hijo dijo que parecía estar en un campo de concentración. Un shock séptico hizo pensar que tenía una infección urinaria que no fue tratada; la presencia de E.coli sería un indicio de mala higiene, mientras que una neumonía por aspiración da a entender que se ahogó con la comida.
“Dejaron de atenderlo”, dijo su hijo Kevin Amerson, quien mostró registros médicos que documentaban los problemas que describió. “Lo abandonaron”.
West Hill Health aseguró que Wallace fue “atendido con la mayor compasión, dedicación y respeto”.
Cheryl Hennen, defensora del pueblo enfocada en los geriátricos de Minnesota, dice que últimamente aumentaron las quejas por llagas, deshidratación y otros factores que revelan abandono, como el caso de un hombre que falleció al atragantarse mientras comía sin supervisión. Sospecha que surgirán muchas más historias de este tipo a medida que el personal de su oficina y las familias de los ancianos puedan volver a los geriátricos.
“Si no podemos ir allí, ¿cómo hacemos para saber lo que realmente pasa?”, preguntó.
Cuando se dispuso el confinamiento en el Gurwin Jewish Nursing Home de Long Island, en las afueras de Nueva York, Dawn Best pensó
Su madre no se contagió del COVID-19, pero falleció por una deshidratación, señaló Best.
“La atendían muy bien, pero falleció tras tres semanas” de desatención, dijo Best. “Estaban totalmente desbordados”.
Representantes de Gurwin dijeron que no podían hablar del tema, pero que el personal “ha estado haciendo un trabajo heroico”.
Dorothy Ann Carlone dijo que ella visitaba a su madre, Maxine Schwartz, de 92 dólares, a diario en el Absolut Care de Aurora Park, al norte de Nueva York, y la empujaba para que comiese. Dejó de hacerlo en marzo, por las restricciones asociadas con el COVID-19, y su madre no volvió a comer. Falleció a las pocas semanas.
Dawn Harsch, vocera de la firma propietaria de Absolute Care, dijo que investigadores estatales determinaron que no había habido negligencia alguna y que “la progresión natural de una paciente como la señora Schwartz, con una demencia avanzada, es negarse a comer”.
Carlone, sin embargo, no está convencida y se pregunta qué pensaría su madre cuando ella dejó de ir todos los días. “¿Que ya no la quería? ¿Que la abandoné? ¿Que me había muerto?”.
Sospecha que el dolor que sintió su madre incidió en su muerte.
“Se entregó”, expresó.