Un poderoso tifón golpeó el jueves el sureste de Filipinas, donde arrancó árboles y tejados de metal y provocó cortes de luz, en su avance hacia provincias donde casi 100.000 personas habían sido evacuadas.
Sur Florida / AP
Personal de la guardia costera rescataba a personas varadas en aguas que llegaban hasta el pecho en una provincia sureña, donde los aguaceros llenaron los pueblos de agua turbia. Imágenes de la ciudad sureña de Cagayan de Oro mostraban a dos rescatistas tratando de mantener sobre a un bebé de un mes a flote en una canasta de ropa, y protegerlo del viento y la lluvia con un paraguas.
El tifón Rai ganó más fuerza, según los meteorólogos, con vientos sostenidos de 195 kilómetros (121 millas) por hora y ráfagas de hasta 270 kilómetros por hora (168 mph) a su paso desde el Océano Pacífico a las Islas Siargao. No había reportes inmediatos de daños o víctimas.
“Estoy asustada y rezando aquí en mi casa que esto acabe ya. El viento fuera es tan fuerte que está cortando árboles”, dijo por teléfono a DZMM Teresa Lozano, residente de la localidad oriental de MacArthur en la provincia costera de Leyte. Los tejados de las casas vecinas estaban dañados, dijo, y su localidad agrícola se había quedado sin electricidad.
Había unos 10.000 poblados en la ruta de la tormenta, según responsables de gestión de emergencias. Las lluvias del tifón se extendían 400 kilómetros (248 millas), señalaron, y era uno de los sistemas más fuertes que golpea el país este año.
La Guardia Costera filipina dijo haber prohibido los viajes por mar en zonas de alto riesgo, lo que dejó varados a casi 4.000 pasajeros y trabajadores de cargueros y transbordadores en docenas de puertos del sur y el centro del país. Había personal y embarcaciones guardacostas en alerta, señalaron. Se cancelaron decenas de vuelos, la mayoría internos.
Más de 98.000 vecinos de zonas rurales fueron trasladados con antelación a refugios de emergencia como escuelas, gimnasios y otros edificios del gobierno en evacuaciones voluntarias o forzosas, según las autoridades. La operación complicaba los esfuerzos del gobierno por desaconsejar las multitudes después de que las autoridades de salud detectaran los primeros casos de la variante de ómicron de coronavirus en el país.
Filipinas es uno de los países del Sureste Asiático más golpeados por la pandemia, con más de 2,8 millones de contagios confirmado y más de 50.000 muertes. Las restricciones de cuarentena se han relajado y más negocios han podido reabrir en las últimas semanas, después de que una redoblada campaña de vacunación redujera las infecciones diarias a unos pocos cientos, respecto a los más de 26.000 durante un alarmante rebrote en septiembre.
Sin embargo, la detección de ómicron esta semana hizo sonar las alarmas y el gobierno reanudó sus advertencias de que la gente evitara las aglomeraciones y se vacunara de inmediato.
El gobernador de la provincia de Samar Oriental, Ben Evardone, dijo que había interrumpido de forma temporal las vacunaciones en su región de casi medio millón de personas debido al tifón que se avecinaba. Más del 70% de los vecinos de la provincia ha recibido al menos una vacuna contra el COVID-19, y Evardone expresó su preocupación por los retrasos en la campaña, ya que algunas vacunas almacenadas en Samar Oriental podrían caducar en unos pocos meses.
Sería difícil evitar el hacinamiento, señaló, debido al número limitado de centros de evacuación en su provincia, donde más de 32.000 personas fueron llevadas a lugares seguros.
“Es imposible cumplir el distanciamiento social, será muy duro”, dijo Evardone a The Associated Press. “Lo que hacemos es agrupar a los evacuados por familias. No mezclamos a gente distinta en el mismo lugar como precaución”.
Unas 20 tormentas y tifones golpean Filipinas cada año. El archipiélago también se encuentra en el Anillo de Fuego del Pacífico, una zona de actividad sísmica, lo que lo convierte en uno de los países del mundo más propensos a los desastres.