Cuando fue creado en 1952, el SL 300 se convirtió de inmediato en un prodigio de la industria automotriz. Con su diseño innovador y su poco peso, estaba claro que había nacido para la velocidad y pronto haría honor a su designación de “Super Ligero” enfrentándose a las pruebas más rudas: el Premio de Berna, las 24 horas de Le Mans, Nürburgring y la Carrera Panamericana, Mercedes-Benz había creado uno de los autos más rápidos del mundo que, en muy poco tiempo, estuvo en la mira de los amantes de las emociones extremas.
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Dos años más tarde, en 1954, las características de este superdeportivo se ajustarían a los gustos del consumidor gracias al impulso de Maximilian Hoffman, importador de autos estadounidense que levantó toda una cruzada para convencer a la marca de crear una versión más comercial.
Para 1963, año en el que finalizó la producción de ambos, ya se habían vendido 25,881 unidades, solo del SL 190.
De 1963 a 1971 el sitial de honor estaría reservado para el SL 230 (W 113). El SL 230 le daba más espacio al motor y acentuaba la rigidez de la cabina para dar mayor sensación de protección a sus ocupantes. Se ofrecía en tres versiones: una descapotable, una con techo rígido y una que combinaba ambas opciones para mayor rango de personalización.