5 de noviembre de 2024 8:31 PM

Josep Borrell se defiende tras su polémica visita a Moscú

“El viaje tiene riesgos sí, y los asumí. Antes del Consejo Europeo de marzo quería ver de primera mano si Rusia quería aprovechar la oportunidad de revertir el deterioro de las relaciones e implicarse en un diálogo más profundo: la respuesta ha sido clara, no, no quieren (…) Seguiré defendiendo la necesidad de habar y tener canales abiertos. De mirarnos a los ojos, especialmente en los asuntos donde hay conflicto. La política exterior no es sólo mandar comunicados desde mi despacho en Bruselas”. Así ha defendido este martes Josep Borrell, ante el pleno de la Eurocámara, su polémico viaje a Moscú la semana pasada, una misión que desembocó en un fiasco, en un nuevo choque diplomático y en un duro golpe a su reputación y margen de actuación.

Sur Florida/El Mundo

En la que ha sido su peor semana desde que accedió al puesto de alto representante para la Política Exterior de la UE, Borrell ha intentado lo imposible ante los eurodiputados: corregir rumbo, marcar posición, aplacar a los ‘halcones’ del Este, convencer a los que dudan y reforzar los argumentos de sus partidarios, los que en los últimos días han intentado contextualizar, relativizar y defender su gestión, apuntando a las limitaciones del trabajo, a la incapacidad de los 27 de tomar al máximo nivel una decisión sobre sanciones al Kremlin.

La comparecencia ante la Eurocámara, no extraña en semana de Plenario pero dedicada en exclusiva al viaje a Moscú, pintaba mal. Más de 70 eurodiputados (especialmente conservadores y del Este) querían ajustar cuentas, con él y con la línea defendida por la Comisión y el Servicio de Acción Exterior. Y muchos gobiernos están aprovechando el viaje, y el caos posterior, para intentar cortar las alas del español, cuya agenda, métodos e intervenciones son mucho más ambiciosos que la de sus antecesores. Pero el mal trago duró apenas una hora y media y apenas tuvo calado, con decenas de diputados haciendo la guerra por su cuenta, vendiendo sus mensajes e ignorando el fondo de la cuestión. Con piques entre partidos, entre familias y entre nacionales. Con Puigdemont aprovechando sus 60 segundos para alinearse de nuevo con las críticas de Lavrov y decir que “no hay tres prisioneros políticos en Cataluña, hay nueve”.

En realidad, ha habido dos Borrell este martes en Bruselas. El de la intervención inicial (en inglés) precavido, más suave. Que ha defendido su viaje y la necesidad de hablar con todo el mundo cara a cara. Que ha sostenido que “hace falta una convivencia sin choques con nuestro vecino más grande” y que ha recordado que “una parte importante de los rusos quiere vínculos fuertes con la UE y tiene aspiraciones genuinamente democráticas. No podemos darles la espalda. Quizás el poder quiere desconectarse de nosotros, pero nosotros no debemos desconectarnos de la sociedad civil, de los rusos”, explicó.

Al terminar, después de dos horas escuchando ataques, críticas y todo tipo de temas mezclados, desde la situación de Pablo Hasél a cómo domar un oso con un palo largo y miel, ha salido el otro Borrell, el que todos conocemos. En español, y mucho más cómodo, se ha mostrado asertivo, confiado, tajante a veces. No ha pedido disculpas, sino que ha abroncado a muchos de sus críticos recordando que en los últimos tiempos hasta “19 misiones ministeriales” han ido a Moscú. “¿Es que mis colegas pueden ir y yo no? No estará tan prohibido si han ido 19 veces”, ha insistido.

Han atacado al alto representante durante la sesión los conservadores, los populares, los liberales, los bálticos o los polacos, con especial dureza. Acusándole de irresponsable, de no estar preparado, de no escuchar sus advertencias. “De ir a por lana y salir trasquilado”, en palabras de Hermann Tertsch, de Vox. Han defendido a Borrell, en la medida de lo posible, los socialistas, que coincidieron en la necesidad de hablar, de mantener los canales abiertos. Y que criticaron a las 27 capitales por ser incapaces de ponerse de acuerdo en una posición común o en una nueva ronda de sanciones al Kremlin por lo ocurrido con Navalny. Luego, desde los extremos, desde las filas de Marine Le Pen o La Izquierda, vinieron las defensas de Rusia y del viaje, las críticas a la “rusofobia”, a ” los que quieren una nueva Guerra Fría” o al “complejo militar”, en palabras de la irlandesa Clare Daly, que fueron replicadas desde los escaños con gritos de “vete a Rusia”.

El español cerró su intervención asegurando que “si la defensa de los DDHH y las libertades está en nuestro ADN”, tal y como le reprocharon muchos diputados durante la sesión, “hay momentos en los que hay que plantar cara e ir a decir en persona lo que ponemos en los comunicados”. ¿Fue blando con Lavrov? Según su versión, en absoluto. Hubo un “tenso intercambio” durante la reunión a puerta cerrada y, prudencia, en la rueda de prensa. “¿No creen que yo también habría querido entrar en el cuerpo a cuerpo con Lavrov? En especial ante comparaciones absurdas como la de Navalny y los diputados que ahora [en España] están haciendo campaña electoral? No quise enzarzarme, no venía a cuento”, sostuvo.

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