La soledad de Karen Glidden se hizo insoportable durante la pandemia del coronavirus.
SurFlorida – AP
Glidden, una viuda de 72 años que está perdiendo la visión y sufre de diabetes, no tienen ningún pariente cerca y casi no salió de su casa en Champion, Michigan, durante el año pasado por temor a contagiarse del COVID-19. Finalmente pudo vacunarse y estaba lista para aventurarse afuera de la casa, cuando falleció su amado perro guía.
No la ayuda el hecho de que su círculo de amistades de confianza es cada vez más reducido. Le queda una sola vecina que la puede ayudar con la compra de alimentos, idas al médico y con quien charlar.
“La mayor parte del tiempo me siento como en una prisión, de la que salgo de vez en cuando”, expresó Glidden, cuyos hijos adultos viven en California y en Hawái, donde nació ella.
Esa sensación de aislamiento es algo bastante común.
Millones de personas cuentan con poca gente en la que confiar si necesitan ayuda personal o profesional en Estados Unidos, lo que afecta la recuperación del impacto social, emocional y económico de la pandemia, según una nueva consulta de The Impact Genome Project y The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research.
La encuesta determinó que el 18% de los adultos de Estados Unidos —unos 46 millones de personas— tienen una sola persona o ninguna en la que pueden confiar cuando necesitan que alguien les dé una mano cuidándoles a un niño, llevándolos a un aeropuerto o asistiéndolos si se enferman. Un 28% dijo que tiene una persona o ninguna que la ayude a preparar una hoja de vida, conectarse con una empresa cuando busca trabajo o lidiar con los retos profesionales.
El aislamiento es más pronunciado entre los hispanos y las personas de raza negra. El 38% de los afroestadounidenses y el 35% de los hispanos dicen que tienen una persona o ninguna que los ayude cuando enfrentan algún problema, comparado con el 26% de los blancos. En el plano personal, el 30% de los afroestadounidenses y el 25% de los hispanos indicaron que tienen una o ninguna persona de confianza, mientras que solo el 14% de los blancos dijeron lo mismo.
Los investigadores debaten desde hace tiempo la noción de que Estados Unidos ha sufrido una declinación de su “capital social”, como se denomina al valor asociado con las relaciones personales y la participación cívica.
El General Social Survey, una consulta nacional que lleva a cabo NORC desde 1972, indica que la cantidad de personas en las que los estadounidenses pueden confiar está mermando desde hace tiempo, pero no hay consenso entre los expertos en torno a la magnitud del aislamiento ni sus causas. La llegada de las redes sociales agrega otro elemento al debate y los expertos no se ponen de acuerdo en cuanto a si amplían la red de contactos o aíslan más todavía a la gente.
La consulta de The Impact Genome/AP-NORC trató de medir el capital social de la gente al intentar de reconstruir sus vidas, alteradas por la pandemia. Los resultados hacen pensar que, en muchos casos, la pandemia redujo, si no eliminó, el poco capital social que tenía mucha gente.
Los vínculos con la comunidad resultaron vitales en la recuperación de calamidades como la tormenta Sandy del 2012, de acuerdo con Jennifer Benz, subdirectora del The AP-NORC Center.
Pero la naturaleza de la pandemia hizo que resultase muy difícil, por no decir imposible, mantener esos vínculos. Las escuelas, los centros comunitarios, las iglesias, las sinagogas y las mezquitas cerraron. La gente no podía pedirle ayuda a un vecino ni a un abuelo si necesitaba alguien que cuidase su hijo o lo ayudase con alguna otra cosa por temor a contraer o propagar el virus.
“Comparado con el capital social disponible en otros desastres, la gran diferencia es que este es un desastre en el que tu deber cívico es velar por ti mismo”, expresó Benz.
Estudios del Centro de Investigaciones Pew señalan que durante la pandemia aumentó la tendencia a cambiar de ciudad. Algunos lo hicieron para estar más cerca de la familia, otros por el trabajo o por penurias financieras.
Warlin Rosso, de 29 años, se ha mudado varias veces en busca de estabilidad económica, a menudo a costa de sus contactos sociales.
Dejó atrás a su familia, incluidos 14 hermanos y hermanas, cuando emigró de la República Dominicana a Estados Unidos hace cinco años. Trabajó tres años en un depósito de Chicago, compartiendo un departamento con su novia. Cuando se terminó esa relación, no tenía dinero para mudarse por su cuenta. En diciembre del 2019 se fue a Jackson, Mississippi, donde lo recibió un amigo de la infancia.
Ese amigo, dice Rosso, es la única persona en la que Jackson puede confiar si necesita ayuda. El agravarse la pandemia, Rosso se las vio duras en una ciudad donde hay una comunidad hispana muy pequeña.
A través de las redes sociales encontró trabajo con un nicaragüense que tiene una empresa de construcción. Posteriormente se inscribió en un programa de capacitación y consiguió empleo como asistente en un hospital.
Sus compañeros son agradables, pero se siente aislado. A veces, dijo, los pacientes piden que no los asista un hispano. Espera conseguir un trabajo en ese campo en Chicago, donde tiene amigos.
“Si eres hispano, no siempre te ven bien aquí”, expresó Rosso. “Aquí estoy solo”.