El 15 de mayo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un plan para desarrollar una vacuna contra el COVID-19 antes del final de año, una misión que no se verá afectada mayormente por el incidente de la vacuna de AstraZeneca/Oxford, uno de los seis proyectos apoyados por Washington.
Sur Florida/Diario Las Américas
“Es una empresa científica, industrial y logística inmensa, nunca vista en nuestro país desde el Proyecto Manhattan” (que originó la bomba nuclear), declaró entonces el mandatario, que fue acusado de avanzar en solitario y de promover un “nacionalismo” de las vacunas.
Trump bautizó la operación “Warp Speed” (Máxima velocidad), en referencia a un término de ciencia ficción que implica ir más rápido que la velocidad de la luz. Para ello nombró a un general del ejército y a un exdirectivo de los laboratorios GSK para combinar la experiencia de los científicos del Departamento de Salud con la logística militar.
Seis meses más tarde, lo que Trump califica como un “milagro”, pese a que este término no entusiasma a los científicos, está la vista: la vacuna de Pfizer/BioNTech ya envió sus ensayos clínicos a la Administración de medicamentos de Estados Unidos (FDA) y se espera que esta agencia emita su autorización el 10 de diciembre.
El visto bueno para Moderna, una pequeña empresa estadounidense, que fue subvencionada directamente, podría llegar en poco tiempo.
En enero, un tercer proyecto desarrollado por el grupo estadounidense Johnson & Johnson, podría también arrojar frutos y por ende aportar más dosis, para ayudar a llegar al objetivo de que todos los estadounidenses estén vacunados para el mes de abril.
Nueva tecnología
En total, el plan apostó por seis proyectos, dos por cada tecnología para diversificar los riesgos. Pfizer y de Moderna utilizaron una tecnología nueva que usa el “ARN mensajero”, Johnson & Johnson y AstraZeneca confían en un vector viral y Novavax y Sanofi/GSK usan una base de proteínas.
En total, las empresas recibieron más de 10.000 millones de dólares de Estados Unidos.
La esperanza era que al menos uno de los proyectos fructificara.
Inicialmente la vacuna desarrollada por Oxford con el socio industrial AstraZeneca estaba entre las primeras posiciones para competir. En junio la asociación anunció que en septiembre se iba a saber si había una vacuna efectiva o no.
Pero en septiembre se produjo un primer incidente cuando un participante de las pruebas en Reino Unido se enfermó. Hubo que esperar seis semanas para retomar los ensayos en Estados Unidos.
Después, una confusión sobre las dosis llevó al grupo a anunciar el jueves que realizaría más pruebas para disipar las dudas.
Efecto acelerador
Los expertos piensan que Estados Unidos puede permitirse el lujo de prescindir de AstraZeneca, en espera de nuevos resultados.
Así millones de estadounidenses serán vacunados con las dosis de Pfizer o de Moderna antes del Año Nuevo si la FDA da su visto bueno.
La Unión Europea encargó dosis a seis fabricantes, entre ellos cinco que son apoyados por “Warp Speed”.
“La potencia de la inversión tuvo un importante efecto acelerador”, dijo a la AFP en París Loïc Chabanier, de la consultora EY.
El apoyo de Estados Unidos permitió financiar ensayos clínicos a gran escala, además de la renovación de edificios o la construcción de fábricas.
Beneficios para el mundo
“Los estadounidenses financiaron el estudio clínico para el planeta entero”, dijo la AFP el consejero delegado de Moderna, Stéphane Bancel. El gobierno de Trump encargó 100 millones de dosis, que serían pagadas incluso en caso de un fracaso del intento.