Un presidente que minimizó la amenaza del coronavirus, que desdeñó el uso de mascarillas y contradijo a los científicos constantemente. Gobernadores que se resistieron o redujeron las medidas de confinamiento ante el rechazo de la población. Legisladores estatales que usaron el programa de ayuda federal por COVID-19 para llenar huecos presupuestales en lugar de reforzar la realización de pruebas y el rastreo de contactos.
Sur Florida / El Nuevo Herald
Al tiempo que una fuerte nueva ola de contagios arrasa con Estados Unidos días antes de las elecciones presidenciales, el manejo a nivel nacional de una crisis de casi ocho meses ha sido marcado por lo que expertos en salud consideran como graves fallas, tiempo desperdiciado y oportunidades desaprovechadas de parte de líderes de todos los niveles de gobierno.
El resultado: el país podría dirigirse a un terrible invierno.
“La inconsistencia de la respuesta ha sido muy frustrante”, dijo el médico Irwin Redlener, del Centro Nacional de Preparación para Desastres, en la Universidad Columbia. “Si simplemente hubiéramos sido disciplinados sobre el empleo de todos estos métodos de salud pública antes y de manera agresiva, no estaríamos en la situación que vivimos ahora”.
Aunque Redlener considera que la nueva ola de contagios es algo inevitable, estima que al menos 130.000 de los más de 227.000 decesos registrados en todo Estados Unidos se habrían evitado si el país hubiera adoptado más ampliamente el uso de cubrebocas y el distanciamiento social.
Y si bien un confinamiento como el impuesto en China no era posible, dijo Redlener, un enfoque más modesto como el de Canadá, con un fuerte mensaje de precaución en la reactivación y un mayor uso de mascarillas y respeto del distanciamiento, habría salvado más vidas que la estrategia estado por estado y abiertamente partidista.
Ahora Estados Unidos vive un incremento de casos, en especial en la zona norcentral del país y las Grandes Llanuras, y la nación registró la semana pasada una cifra récord de cerca de medio millón de nuevos contagios.
El doctor Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades contagiosas del país, subrayó asimismo la variedad de respuestas de los gobiernos estatales a la reactividad por el elevado número de casos.
“Fue como una batalla campal”, dijo Fauci en un foro en línea el miércoles.
El manejo de la crisis ha surgido como un tema central en la contienda entre el presidente Donald Trump y su rival demócrata Joe Biden. Trump se ha burlado del exvicepresidente por el uso de mascarillas y ha asegurado repetidamente que el país se encuentra “saliendo adelante” del brote. Biden ha arremetido contra el presidente por minimizar al virus y socavar a los científicos.
Los gobernadores en muchos de los estados más afectados han estado bajo una fuerte presión política que ha dificultado la implementación del tipo de medidas que las autoridades de salud pública consideran necesarias para frenar una propagación del virus que ha desbordado a los hospitales.
En los primeros días de la pandemia, los gobernadores establecieron casi unánimemente las agresivas restricciones para tratar de aplanar la curva de contagios. Sin embargo, enfrentaron rápidamente la negativa de los residentes que estaban enfadados por la devastación económica y lo que vieron como una violación a sus libertades constitucionales.
Al mismo tiempo, muchos estados estaban agotando millones de dosis de hidroxicloroquina, el medicamento contra la malaria que Trump pregonó como un remedio que pero posteriormente fue descartado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) como un tratamiento para el COVID-19. Tan solo el gobierno de Utah invirtió 800.000 dólares para aumentar sus reservas del fármaco.
Las autoridades estatales también empezaron a recibir fondos federales de la Ley CARES, destinados en parte para ayudar a los gobiernos locales a lidiar con el COVID-19. Sin embargo, muchos estados han sido criticados por gastar el dinero en programas sin ninguna relación con la salud pública, como los 16 millones de dólares que Dakota del Norte está repartiendo para respaldar la fracturación hidráulica en un momento en que el estado se ha convertido en uno de los peores focos de contagio. Iowa ha gastado millones de dólares en proyectos de tecnología de la información de agencias estatales.
En Utah, la epidemióloga del estado Angela Dunn exhortó al restablecimiento de las restricciones en junio para evitar la sobresaturación de hospitales, advirtiendo que “esta podría ser nuestra última oportunidad para retomar el camino”. El gobernador republicano Gary Herbert no siguió el consejo y se rehusó a imponer un requisito de uso de mascarillas en todo el estado.
Ahora, los hospitales de Utah atienden a más pacientes de COVID-19 que nunca antes al tiempo que el estado continúa abierto a los negocios, la mayoría de los estudiantes de secundaria acuden a clases en persona, y el fútbol americano y otros deportes han continuado sus actividades.
“Esta respuesta a la tercera ola ha sido muy tibia”, dijo el médico Andrew Pavia, jefe del área de enfermedades infeccionas pediátricas en el Centro Médico de la Universidad de Utah. “Todos en atención sanitaria, desde el personal de formación técnica hasta el doctor de las unidades de cuidados intensivos nos decimos: ‘Vamos, gente, pongan de su parte.’ La frustración, la fatiga y la decepción es realmente palpable”.
En el vecino Idaho, el gobernador republicano Brad Little también se ha resistido a imponer un uso de cubrebocas obligatorio pese a que los hospitales se encuentran en una crisis y se ha necesitado transportar vía aérea a pacientes a Seattle y a otros partes.