**La historia y los hechos están escritos de momentos insólitos. La lucha por la superioridad del uno sobre el otro se ha transpolado a las naciones que hicieron del armamentismo un argumento para perturbar la paz mundial que es el único derecho al que podemos aspirar sin costo material. Este 11 de septiembre sirvió para desnudar dos momentos de horror que demostraron lo frágiles que somos así nos llamemos poderosos. Más allá de las letanías mesiánicas, hace falta sentido común para poder entender, sin oportunismo oficial, el verdadero sentido de las cosas.
Por esas ironías del destino el pasado miércoles se conmemoraron dos fechas históricas en diferentes contextos que para muchos guardan similitudes nada casuales.
Hace 40 años un cruento golpe militar de derecha destruyó los sueños de miles de chilenos que habían depositado en un visionario hombre de izquierda su esperanza por una nación de iguales.
La derecha extrema envalentonada por un subversivo movimiento de traidores de verde oliva con la horma del interés imperial, propició un golpe de estado que se convirtió en tierra arrasada devastando el Palacio de la Moneda donde aquél hombre de firmes ideas y sólidas convicciones ejercía su mandato legítimamente constituido. Fue el momento donde las balas transformaron en sangre la dignidad de un líder que ya era pueblo y calle.
Si Allende se suicidó o fue muerto en una ráfaga cobarde, es una historia de imprecisiones que no oculta la grotesca imposición de una bota militar sin rubor ni vergüenza por la condición humana.
De ese Chile del ayer, de cuatro décadas, me quedaron grandes amigos de la época universitaria que vinieron a esta tierra al saberse desterrados de la suya, mientras su país era depredado por el voraz apetito de sanguinarios usurpadores que violentaron el juramento de las leyes y de la lealtad.
Lo de hace 40 años fue un golpe cruel que la justicia divina se ha encargado de ponderar dejando el recuerdo imperecedero de aquél caudillo bonachón, de lentes de pasta y de verbo elocuente, símil del poeta hecho gloria que es el de siempre, el Neruda que nunca muere, el Nobel más humano de todos.
A causa de esa atroz aventura que hizo rico a Pinochet y a una camarilla de gorilas en detrimento de la condición humana, mucha gente que como Neruda y Allende murieron de Chile, vivieron en carne viva un infierno terrenal que enterró vidas, pero no conciencias, ni ideas.
Faltaran líneas para describir nuestro desprecio y sobrarán teclas para repudiar a esa causa innoble, oscura y sombría que ha dejado una cicatriz imborrable como el tiempo detenido.
Le costó mucho a Chile recuperar su democracia y sus libertades. Y ojalá que no la pierda nunca en ese afán caricaturesco de vendernos un socialismo que ni en imaginación se iguala con aquella concepción altruista.
Lo que hoy se pretende exportar como socialismo del siglo 21 no es una especie en extinción porque no existe, es un engendro desdibujado en una colcha de retazos donde cohabitan oportunistas, resentidos y manipulados.
Pretender igualarse a lo que en un momento representó Allende es una osadía posible en la mente de algunos que escasamente saborearon algunos libros para tratar de treparse en la historia.
40 años después, nuestro tributo a ese hombre de ideas, que en medio de balas, como Neruda, murió de Chile.
Lo de ayer fue ideas, lo de hoy oportunismo.
Doce años después…
Una mañana normal y cotidiana también pasó a la historia en una fecha similar en diferente contexto. Ironía pura, pues.
Las torres gemelas, el icono del modernismo arquitectónico de la fastuosa ciudad de Nueva York eran derribadas en un ataque insólito, increíble e inverosímil en el propio corazón imperial, condenable afrenta donde murieron cientos de víctimas inocentes ajenos al devenir político y a esas maniobras del armamentismo, del fundamentalismo y de ese propósito de imponer ideas a costo de violencia.
A Estados Unidos, la nación más poderosa, le dieron en la madre a la luz del sol, frente a su poderío y en medio de su opulencia que vulneró el orgullo de Washington derrumbando mitos y creando espejismos que terminaron en guerra bajo la premisa y la excusa perfecta de la paz mundial.
Lo de La Moneda y lo de Nueva York, son dos hechos trascedentes e históricos que vulneraron la vida misma de la inocencia que no conoce de armas, de guerras ni de banderas blancas.
Dos historias con diferentes protagonistas de un mundo que evoluciona tecnológicamente, pero que decrece en lo humano.
Dos momentos que debe ser borrados por grotescos, cruentos e inhumanos.
Dos hechos que vinculan al hombre con la violencia y lo alejan de la paz.
Desconocemos si la ironía tiene que ver con la casualidad, pero resulta curioso que quienes estuvieron detrás del baño de sangre chileno, 28 años después resulten victimas de sus propias contradicciones.
Bastante tiempo ha pasado como para entender que todos somos iguales.
…Son crónicas de lo cotidiano.
Jairo Cuba @jaircuba