Pascual cumplió 92 años en septiembre. Silvia Nicolasa tiene 85 y un marcapasos que le envía señales al corazón. Ambos tienen ciudadanía estadounidense. Por una casa rodante en el Hometown América de Miami, una comunidad de casas prefabricadas en la zona suroeste de la ciudad, pagan 850 dólares al mes. Comparten el espacio con su hijo y su nieto. En cambio, rentar una casa tradicional con la misma amplitud podría costarles, de acuerdo con su ubicación, entre 1.000 y 2.000 dólares al mes. Por eso, aunque ambos comercian maní, no es sólo de la venta de donde sale la plata para la renta: “Yo tengo una pensión del gobierno por la edad. Soy ciudadano americano y me dan ayuda de alimentos, medicamentos, me dan bastante”, dice Pascual. Silvia también recibe ayudas. Entre los dos juntan 1.000 dólares, y otros 600 de un programa que subsidia la alimentación de personas de bajos ingresos, a través de Food Stamps, o sellos para alimentos, exclusivamente para comida.
SurFlorida / diariolasamericas
Pascual, nacido en Ciego de Ávila, centro-este de Cuba, emigró a los 79 años y ya no tenía edad para trabajar, dice. Por eso sacó una licencia para vender alimentos y completar la pensión del gobierno. Mientras lo cuenta en voz muy baja, no deja de atender al movimiento de carros y posibles clientes entrando y saliendo del vecindario. Todas las casas son móviles como la suya, aunque en realidad están sujetas al suelo: una suerte de contenedores para estas personas que llegan a Miami con el sueño americano y terminan viviendo en estos hogares ‘poco convencionales’. Los hispanos que las ocupan —en particular, cubanos— les llaman “trailas”.
A doce años de haber llegado a Florida, esta familia prefiere vivir barato, tal como prometen los publicistas de esas trailas ancladas en la tierra. Pero las cosas han cambiado bastante. La población del estado sureño aumentó un 14.6% (con más de tres millones de nuevos habitantes superó los veintiuno) según el mapa del “Cambio porcentual en la población residente: 2010 a 2020”, y el costo promedio para rentar un techo aumentó a 1.328 dólares, 292 más que cuando en 2009 arribó la pareja de ancianos.
Después de lo que considera años perdidos en la isla, Pascual halló en el SW, Miami, las coordenadas de su vida. A veces, cuando la venta en el barrio está mala, Pascual sale a pie, arrastrando un carrito sin motor hasta la intersección de la 132 con la 8, a casi un kilómetro de la comunidad. Cuando el semáforo está en rojo camina hasta el separador de la vía con frutas en las manos ofreciéndoselas a los viajeros.
Da fe de que esta zona de viviendas manufacturadas, llamada University Lakes, es bien ‘tranquilita’. Es una de las muchas comunidades de Hometown América, que además de Miami, tiene presencia en Arizona, California, Delaware, Illinois, Massachusetts, New Jersey, New Hampshire, New York, Pennsylvania, Rhode Island y Virginia.
Ni móviles, ni de bajo costo
Lo que se publicita como “casas asequibles a partir de los $60.000”, son viviendas que entran en la categoría de propiedades de “bajo costo”. Aunque hay quienes le ponen delante un adjetivo: “relativo” bajo costo.
Existe la posibilidad de financiarlas o hacer un leasing, mediante préstamo directo del banco o a través de un concesionario. El comprador acepta pagar el monto financiado, y el cargo financiero acordado, pero no todos están dispuestos a endeudarse. “Aquí estamos cómodos, ya llevamos años en el Hometown. Pero no hay dinero para comprar casa. Antiguamente los trailers no valían nada. Hoy valen cantidad”, dice Pascual.
Los mobile-homes los construyen en una fábrica, igual que una cuna de madera, y luego los transportan al lugar donde son instalados. Es frecuente que se trate de un terreno donde exista una comunidad de casas similares, siempre propiedad de un tercero: por lo tanto, los propietarios de la casa móvil alquilan la tierra donde la instalan.
Suárez, que forma parte del Programa Social Justice Equality, piensa que para quienes atraviesan una situación delicada, en algún punto puede ser una solución. “Vivir en una casa móvil es una manera de tener un techo y un hogar sin tener que pedir ayuda del gobierno. Muchos son migrantes o ancianos retirados. Personas de bajos ingresos. Es un tipo de housing que debemos mantener en el condado porque las opciones de alojamiento son mínimas y están aumentando los homeless”, explica.
La octogenaria cubana Silvia Nicolasa reside desde hace varios años en una casa móvil en MiamiDarcy Borrero Batista
La renta y la subrenta
El número 12850 identifica la traila donde se montó la oficina de la sede de Miami de Hometown América. Afuera ondean tres banderas: la de Estados Unidos, la de Florida, y una tercera, blanca con barras azules, que representa a la empresa Hometown, dueña de parques de casas en varios estados del país. Alrededor deambulan gallos, pollitos, patos y gallinas. Un cachorro extraviado que se le echa encima al transeúnte. Pintada de carmelita y rodeada de árboles, la traila es amplia y tiene vista al lago. En sus ventanas de cristal se leen letreros sobre “requisitos para los amarres y aviso de preparación contra huracanes”, el horario de oficina y otras cuestiones relevantes para la vida en comunidad. La recepcionista es una mujer amable que explica en poco tiempo muchas cosas.
“Están en 1.004 dólares los que tienen vista al lago y 979 los de interior”, informa sobre el precio de los lotes en University Lakes. La confirmación llega a través de un mail del gerente del Hometown, Franco Antia, quien precisa además que actualmente los 1.153 lotes están ocupados. Un cálculo rápido señala que la compañía ingresa, mínimo, un millón de dólares al mes sólo por esta comunidad que ostenta “ubicación perfecta en el corazón de Miami” y les garantiza a sus miembros selectos un “vecindario ideal para crear recuerdos duraderos con su familia”.
El ambiente del barrio, desde la misma entrada, remite a Cuba. Tamales y guarapo a la venta, algo de música, y asado los fines de semana. Español cubanizado. Y gente como Pascual y Silvia, que abren las puertas de su hogar e invitan a pasar. Silvia cuela un café mientras explica que fue el encarecimiento de la renta de casas tradicionales lo que los trajo a esta traila donde se unen, en una misma pieza, el dormitorio-sala, inmediatamente seguido por la diminuta cocina y el baño. Un televisor de más de 40 pulgadas y una cama matrimonial, aunque bien distribuidos, se disputan el espacio con un sofá, otra cama más chica y cajas de alimentos para el consumo y para la venta. Todo limpio y ordenado con esmero, pese a que sólo ese interior —y no la traila ni el lote— les pertenece.
“Se supone que la persona que vive en la casa es la dueña de la propiedad y que tiene financiamiento con nosotros. Por eso es importante que si te subrentas, hagas contrato, para que tengas derechos que te amparen. Pues si mañana te quieren decir bye bye, cuando vayas a la Corte no te podemos representar porque no tenemos ningún acuerdo contigo”, recomienda la empleada.
A espaldas de Miami Beach, sombreado de un downtown lleno de rascacielos, las casas móviles podrían ser una alternativa al alto costo de la renta en la Ciudad del Sol. Pero, a largo plazo, ¿son una solución o un problema? Las Leyes de Florida regulan los derechos y obligaciones de los locatarios para el alquiler del lote, y también los del propietario del predio de casas móviles, que deben informar en un contrato escrito las normas y regulaciones del parque. El riesgo más temido por los propietarios no es que la tierra se mueva, sino lo contrario: que haya que desplazar la “casa móvil” después de tanto tiempo fijada al suelo.
El mito de la tierra
En Florida, muchos suelen atribuirle a la comunidad indígena de los Miccosukees la propiedad de las tierras donde se establecen los parques móviles de viviendas. No sólo University Lakes, sino también los de otras áreas de la ciudad como Hialeah y Homestead.
La recepcionista asegura que es un mito: “La comunidad es de una asociación de maestros de Chicago, es como un fondo de inversión. No es ni de Miccosukees ni de un dueño en específico porque cuesta muchos millones. La compañía (Hometown America, L.L.C., con ingresos anuales de unos $33.77 millones) es dueña de la tierra, no de las casas. El mito de que la tierra es de los indígenas es una explicación que surge por ignorancia”, sentencia.
Aunque tuvieran el dinero suficiente para comprar la traila y lo hicieran, Pascual y su familia tendrían que pagar mensualmente la renta de la tierra. No estarían autorizados a construir sobre ella porque no les pertenece. Pero, además, si el contrato de arrendamiento finalizara o los dueños decidieran venderla, podrían exigirles que desalojen y se lleven “su casa”.
“Considerando las dificultades de mover la estructura, el comprador querrá permanecer en el mismo sitio, pero el dueño de la tierra tiene la facultad de rechazar que un comprador ingrese a la comunidad”, explican los estatutos de Florida, donde el boom del desarrollo urbanístico presiona para el cierre de los parques de casas móviles. Con el crecimiento de la ciudad de Miami, se revalorizan los terrenos y empiezan a ser codiciados, por su ubicación, para nuevas construcciones.
“Se supone que la persona que vive en la casa es la dueña de la propiedad y que tiene financiamiento con nosotros. Por eso es importante que si te subrentas, hagas contrato, para que tengas derechos que te amparen. Pues si mañana te quieren decir bye bye, cuando vayas a la Corte no te podemos representar porque no tenemos ningún acuerdo contigo”, recomienda la empleada.
A espaldas de Miami Beach, sombreado de un downtown lleno de rascacielos, las casas móviles podrían ser una alternativa al alto costo de la renta en la Ciudad del Sol. Pero, a largo plazo, ¿son una solución o un problema? Las Leyes de Florida regulan los derechos y obligaciones de los locatarios para el alquiler del lote, y también los del propietario del predio de casas móviles, que deben informar en un contrato escrito las normas y regulaciones del parque. El riesgo más temido por los propietarios no es que la tierra se mueva, sino lo contrario: que haya que desplazar la “casa móvil” después de tanto tiempo fijada al suelo.
El mito de la tierra
En Florida, muchos suelen atribuirle a la comunidad indígena de los Miccosukees la propiedad de las tierras donde se establecen los parques móviles de viviendas. No sólo University Lakes, sino también los de otras áreas de la ciudad como Hialeah y Homestead.
La recepcionista asegura que es un mito: “La comunidad es de una asociación de maestros de Chicago, es como un fondo de inversión. No es ni de Miccosukees ni de un dueño en específico porque cuesta muchos millones. La compañía (Hometown America, L.L.C., con ingresos anuales de unos $33.77 millones) es dueña de la tierra, no de las casas. El mito de que la tierra es de los indígenas es una explicación que surge por ignorancia”, sentencia.
Aunque tuvieran el dinero suficiente para comprar la traila y lo hicieran, Pascual y su familia tendrían que pagar mensualmente la renta de la tierra. No estarían autorizados a construir sobre ella porque no les pertenece. Pero, además, si el contrato de arrendamiento finalizara o los dueños decidieran venderla, podrían exigirles que desalojen y se lleven “su casa”.
“Considerando las dificultades de mover la estructura, el comprador querrá permanecer en el mismo sitio, pero el dueño de la tierra tiene la facultad de rechazar que un comprador ingrese a la comunidad”, explican los estatutos de Florida, donde el boom del desarrollo urbanístico presiona para el cierre de los parques de casas móviles. Con el crecimiento de la ciudad de Miami, se revalorizan los terrenos y empiezan a ser codiciados, por su ubicación, para nuevas construcciones.
“No es sencillo ni barato mudar esas casas móviles, ya que están ancladas a los terrenos, y trasladarlas a otro parque tendría un costo de 15.000 dólares”, explicaba Nejla Calvo a los medios locales, la asistente legal que les daba asesoramiento gratuito.
La abogada Davalyn Suárez explica que todos los parques tienen reglas comunitarias diferentes pero un marco regulatorio común. El Programa Social Justice Equality les da herramientas a los inquilinos para que se asocien y enfrenten los problemas de vivienda en conjunto. “Si es necesario ir a Corte en casos de venta de la tierra o aumento de renta, desde Social Justice los animamos a crear juntas de vecinos para hacerlo en colectivo, con más probabilidades de ganar que si fueran por separado”, dice.
La tensión entre habitantes de los parques, gobernantes y el mercado inmobiliario por posibles desalojos que llegó a los diarios en 2019, continúa hasta hoy. Legalmente, las ciudades no pueden cerrar los parques sin un estudio de viviendas alternativas para personas con bajos recursos en las zonas. Para proteger a las que ya tenían la casa móvil pagada y abonaban por el alquiler del terreno unos 500 dólares mensuales, Nejla Calvo, antecesora de Davalyn Suárez en Justice Equality, les proporcionó asesoría legal, alcance y educación a residentes de parques de viviendas móviles en todo el condado de Miami-Dade, donde se calcula que hay alrededor de 61 predios, que son una fuente clave de viviendas asequibles sin subsidio en Miami.
La comunidad donde vive Pascual no aparece en los registros de parques atendidos por Suárez y su equipo. “Es bueno que no sean clientes nuestros, porque significa que no están bajo amenaza de desalojo”.
“Nuestra posición es que las casas móviles se mantengan, porque son para personas de bajos ingresos”, dice Suárez. “Si desmantelan todos los parques, la pregunta es adónde van a ir a parar esas personas. Son personas retiradas que cuentan con un presupuesto limitado”.
Pascual no tiene intenciones de comprar, sino de seguir subrentando. Sabe que lo más valioso es el terreno y las viviendas pierden valor con el tiempo: irónicamente, mudar la traila le costaría más que una nueva. “Cuando vino la pandemia, la dueña nos preguntó si íbamos a pagar la renta y le dijimos que sí”, comenta. “No tuvimos problemas con eso en la cuarentena porque teníamos la ayuda del gobierno”, detalla Silvia, en referencia también a los cheques que envió a las familias estadounidenses el expresidente Trump, con su firma estampada.
Como quien traza un balance de una vida entre dos aguas, la de un inmigrante cubano en Estados Unidos que no es dueño de una casa ni de una tierra, Pascual concluye:
—Allá hay muchos cubanos que piensan que esto aquí es fácil. Nadie quiere trabajar en Cuba y aquí hay que trabajar. Hay que estar ubicado: el regado, el irresponsable, fracasa. Pero la gente se abre paso.