23 de diciembre de 2024 7:28 AM

Bebo Valdez cuenta en una entrevista en España porqué nunca volvió a Cuba

**La leyenda viva de la música cubana cumple ofreció esta entrevista hace cuatro años con motivo de presentar el disco que grabó junto a su hijo Chucho “Juntos Para Siempre”. Aquí confiesa porque nunca más volvió a Cuba.

BEBO VALDEZEn el restaurante frente a su casa, al que Bebo Valdés acude a comer muchos días, cuelgan tres fotos suyasjunto a varias de Camarón. Antonio, el propietario, le recibe como a un amigo. Hoy no tiene gazpacho -a Bebo le encanta- y le convence para probar el ajoblanco -Bebo admite que está bueno, pero añade bajando la voz que prefiere el gazpacho-. Y aunque el médico se lo tiene prohibido, pide un café; eso sí, descafeinado. En noviembre de 2005, él y su mujer, Rose Marie, se instalaron en Arroyo de la Miel, Benalmádena. “Fue por 44 años de casados. Le dije ‘pide una cosa’. Quiso esto y, bueno, ya está”, cuenta él. Que nadie se imagine una gran mansión: es un sencillo piso en la planta baja con un patio al lado de la piscina comunitaria.

Vive tranquilo. Quizá demasiado tranquilo. Porque a Bebo le sube la adrenalina cuando hay trabajo o cuando está rodeado de amigos. Por la mañana muy temprano, sobre las seis o las siete, sale al patio y se sienta a mirar la peña que se eleva sobre los edificios. “¿Qué voy a hacer yo? Mi mujer no se levanta antes de las diez”, dice. Bebo parece echar de menos Suecia, adonde llegó en 1963 con los Lecuona Cuban Boys y donde pasó casi treinta años en el anonimato como pianista de hotel. “Me tocó los primeros años allá trabajar en el Círculo Polar Ártico. No sabes si es de día o de noche”, cuenta. ¿Se siente un poco sueco? “Demasiado”, apunta Rose Marie. “No es que me guste tanto el frío, pero conozco a los hijos, voy donde están las nietas”, explica. Saca orgulloso sus fotografías de la cartera. Cuenta que Felicia va a cumplir 15 años, y Miranda, 13, y que son ya dos mujeres más altas que Rose Marie. También lleva encima un retrato de su mujer con 18 años.

Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro es un personaje popular y querido. Cinco chicos que están en otra mesa se acercan para hacerse una foto con él. Les atiende encantado. “El hombre tiene que ser agradecido. Y esto que tú ves aquí [señala la casa] es una cosa que me pagaron por el disco de Lágrimas negras”, dice. Tiene carácter: algún promotor lo ha comprobado cuando Bebo, airado ante sus exigencias e imposiciones, le ha colgado el teléfono. Y le otorga más valor a la palabra dada que a un contrato.

Le preocupa estar perdiendo la memoria. “Aunque haya visto una noticia en televisión, se me olvida”, dice riendo. A veces le cuesta encontrar un vocablo o se queda en blanco. Bebo de Cuba (RBA), la biografía escrita por Mats Lundahl, se publica este jueves, el día de su 90º cumpleaños (nació un 9 de octubre en Quivicán), y se sumará al premiado documental de Carlos Carcas Old man Bebo. También sale Juntos para siempre, el disco grabado a dos pianos -”en dos mañanas, sin ensayar apenas”- con su hijo Chucho (nacido también un 9 de octubre en Quivicán). Fernando Trueba escribe en la presentación de la biografía que, cuando fue a buscarle a Estocolmo para la película Calle 54, el extraordinario pianista, compositor y arreglista cubano vivía con una modesta pensión del Estado sueco, sin lamentarse de nada, sin nostalgia alguna y sin ningún rencor.

En 1994, recién jubilado, le llama Paquito D’Rivera desde Alemania para ir a grabar un disco. ¿Comienza entonces una nueva vida? Paquito tenía que grabar a finales de marzo. Me llama y me dice: “Tú y mi padre eran como hermanos”. Le digo que sí. Y me dice: “Tengo un problema. Yo tenía que estar aquí con dos o tres arreglos, pero me pasé de tiempo y no tengo ni una nota escrita. ¿Qué tienes tú?”. “Mira, Paco, yo no tengo arreglos, lo que tengo son ideas escritas, y eso no se puede montar ni en un día, ni en dos”. Estaba tan desesperado que le dije: “Voy a ir y voy a hacer lo que yo pueda”. Llegué por la tarde y me metí con él y la orquesta a ver qué había, ¡y no había nada! Por la noche y la mañana hice tres o cuatro arreglos, y así empezamos.

Paquito D’Rivera reclama que fue él quien le rescató del olvido… Bueno no hay que hacerle mucho caso. Paquito es muy celoso. Pero es buena gente, muy inteligente, y toca con cojones. Para mí el mejor clarinete que hay en el mundo hoy día es él. Benny Goodman tendría que fajarse con él. Además toca cualquier tipo de música. Y su madre, una cocinera del carajo, preparaba el mejor arroz con pollo que yo he comido nunca. Al final el director de la compañía le puso mi nombre al disco, Bebo rides again. Aunque a mí me daba igual.

Ocho discos y tres películas con Fernando Trueba. Y acaba de grabar música para ‘Chico y Rita’, su largometraje de animación con Mariscal. El número es mío. Un bolero que yo ya ni sabía que lo había escrito… Y cuando Fernando me lo enseña, me gustó. Le digo: “Coño, Fernando, es bonito”. “¿Cómo que bonito?, si eso es tuyo”. Tengo unos líos del carajo [se ríe]. Hay muchas cosas que las hice y no sé que las hice.

Con ‘Lágrimas negras’, cerca del millón de discos vendidos, ha ganado mucho dinero… A mí el dinero no me importa ni cojones. Nunca me ha importado. Yo quiero hacer mi trabajo, que me dé para comer y para ir aquí al lado, y ponerme un traje cuando yo quiera. Y aquí una casita o lo que sea. Pero ser esclavo, no. Yo tuve dos tíos, Rufino y Agustín, que fueron a la guerra con Maceo y cuando volvieron en 1898 nunca se habían puesto un par de zapatos ni se habían acostado en una cama. Dormían en el suelo. Eran esclavos y se fueron como cimarrones con un machete porque les echaban a los perros. Cuando vi que tumbaban caña todo el día, que no sabían ni leer ni escribir, y que los explotaban en la hacienda, yo le pedí a Dios una cosa: “Dame para dar y no me dejes pedir nunca jamás”. Y todos los años mando dinero a Cuba. Lo he hecho toda mi vida. Yo no puedo dejar de ayudar a mi gente.

Dice que cuando triunfó la revolución le amenazaron con veinte años de cárcel. ¿Qué hizo? ¿Asesinar a alguien? Compré el terreno para la casa, lo marqué todo y puse los cimientos. Un día fui y me encontré allí a un tipo poniendo piedras y cosas, y le dije: “¡Eh!, ¿qué tú haces aquí?”. “A mí me mandó fulano del Gobierno”. Le digo que no puede ser porque eso es mío. Viene un policía y me dice: “Aquí nadie tiene nada, señor. Todo esto, y toda Cuba, es del Gobierno”. Y cualquiera te lo decía. Luis Yáñez, que trabajó conmigo y era amigo mío, me apuntó con una ametralladora para que yo abriera una bolsa en la que llevaba un poco de pollo para mi hija Miriam. Todo era “patria o muerte, venceremos”, y al que no le guste, que se vaya. Y cuando te ibas a ir, porque yo ya me quise ir en julio del año anterior, que él entró en enero, te pedían el pasaporte para ponerle la visa y no te lo devolvían. Me pude ir de milagro con un falso contrato de trabajo en México.

Se fue de Cuba el 26 de octubre de 1960 y no ha vuelto. Cuando Rolando Laserie y yo nos bajamos del avión en México, besamos la tierra y juramos que nunca íbamos a pisar nuestra tierra mientras existiera ese sistema. Un día llamé a mi mamá y me dice: “Quiero pedirte un favor y quiero que me digas que lo vas a cumplir. Yo te he cumplido siempre a ti, ahora cúmpleme tú a mí”. Yo le dije: “Pídeme lo que quieras”. Y dice: “Mientras este sistema esté en Cuba manejando el país no pongas un pie aquí. Si yo me muero, si se mueren tus hijos, tus nietos… ponte los pantalones como los tenía puestos tu padre”.

Y le cumplió. Su madre, que le vio jugando con unas piedras con las que simulaba tocar el piano, fue la que más le apoyó para poder aprender. Eso es lo más grande del mundo, mamá, lo que más he querido yo en mi vida [se le humedecen los ojos]. Posiblemente sin ella no hubiera sido pianista. Era una costurera buenísima, y nosotros vendíamos churros y cualquier cosa por la calle para ayudar en casa. Cuando no había para comer me decía: “A ti que te gusta la calle…”, y me daba un cuchillo sin punta para que fuese a coger caña o mangos. Y a veces íbamos a cazar pajaritos y comíamos con eso. Pero yo era feliz, y eso no me lo quita nadie, porque yo fui feliz del carajo. Por eso el dinero lo llevo mal. Yo creo que es la desgracia de la gente.

El hecho de trabajar en la Mil Diez, la emisora del Partido Socialista Popular, le valió ser tachado de comunista, ¿no? [Se ríe]. A todos los que trabajábamos allí. Había una plaza de arreglista y nos presentamos René Hernández, Pérez Prado y yo, que era el menos conocido. Pidieron que trajéramos un arreglo, y yo le había escrito uno a Celia [Cruz] que se llamaba Negra triste. El jurado me eligió a mí. Tenía que hacer tres arreglos a la semana y eran 60 pesos al mes. Para mí, un dineral.

¿Es cierto que por estar en la Mil Diez no pudo viajar en 1948 a Nueva York a tocar con Mario Bauzá y Chano Pozo? Verdad, no me daban el visado de trabajo…

Y paradójicamente abandonó Cuba por no gustarle lo que estaba ocurriendo… Es que yo nunca fui comunista.

Luego, ya en Suecia, desechó la idea de ir a Estados Unidos. Mi hermana me dijo: “Mira, Bebo, aquí estamos en guerra. Los negros tienen muchos problemas. En Nueva York y hasta en Boston el racismo es pasable, pero aquí en el Estado de Florida es terrible. Si tú te casas con esa mujer, de una manera u otra te van a joder. No quieren que Martin Luther King pueda subir”. Obama, ese negrito que se postula en América, tiene derecho porque todos los hombres tienen derecho. Pero hubiese preferido a la mujer de Clinton, porque si a Kennedy lo mataron, ¿qué le van a hacer a éste? Los racistas son como los nazis.

¿En Cuba había racismo? En todos los lados hay racismo. De niño no sabía que existía porque, además, mis mejores amigos eran blancos. Me di cuenta cuando empecé a tocar de profesional. Me contrató para su orquesta Curbelo, que era blanco, y el representante le dijo que, habiendo tantos muchachos blancos y mulatos, para qué tenía que andar con el negro de mierda ése. Y Curbelo le dijo: “Ven acá, consígueme un pianista que toque como ése, que lea como ése y que haga arreglos como ése. Y que no fume, no tome y siempre esté a su hora. Óyelo bien, yo a ése no lo boto. Ahora bien, si quieres traerme un individuo de tu raza que sea la mitad que él, entonces lo voy a botar”. Por poquito le cuesta el puesto.

Antes, en 1938, había estado en su primera orquesta profesional, la Happy Happy de Ulacia. Y tocaba en las academias de baile por un peso. Bueno, si ganabas eso te podías dar con la mano en el pecho [se ríe]. Tocabas toda la noche. Las mujeres, en un 90%, eran prostitutas, y había un tique para bailar dos piezas. El sindicato hizo una cosa bien hecha, ahí sí no se le puede negar, que fue que hubiera un mínimo de 3,60 al mes más un porcentaje. Porque si tocabas en un cabaré y hoy no ibas porque estabas enfermo, no te pagaban.

Con la orquesta del trompetista Julio Cueva tuvo su primer éxito, ‘Rareza del siglo’, que ha vuelto a grabar ahora con Chucho… Ese hombre estuvo en España peleando contra Franco. Acabó preso en Francia y lo mandaron para Cuba. Y al llegar al puerto, ¿sabes lo que hizo? En vez de tocar el himno cubano, tocó La Internacional. Y ahí se calló mucha gente en La Habana porque estaban los americanos.

Antes de recalar en Suecia pasó un tiempo en España. ¿Cómo le fue? Estuve aquí dos años con Lucho Gatica y con la cantante Monna Bell. Gané dinero y me trataron muy bien. Me trajo el gerente de Hispavox, no recuerdo el nombre, que era un hombre muy bueno. Laserie y yo debutamos con él en México. Hizo lo que nadie en el mundo ha hecho por mí: en el cuarto de hotel donde yo vivía me puso un piano [se emociona].

Al final no se quedó en España… Regresé para grabar un disco, pero hubo una huelga de músicos. Con Franco en el poder. En Madrid había lugares abiertos hasta las once o las doce. Y el de la Gran Vía, que era el mejor, hasta la una. A la una se acababa, y entonces, por donde está el aeropuerto, había uno abierto toda la noche. Yo fui un millón de veces. Y ahí había de todo. Y en la Gran Vía también había de todo [recalca la palabra]. Lo que pasa es que había que saber dónde estaba [se ríe].

En 1948 entró a trabajar en el cabaré Tropicana. ¿Quién le llamó? Rita Montaner. Rita y yo éramos uña y carne, igual que Bola de Nieve y Lecuona. Era una pianista del coño de su madre, además de cantante, bailarina y una mujer superculta. Una blanca grande de sociedad y una negra mala de solar, porque cogía un cuchillo y te caías atrás…

En Tropicana estuvo diez años. ¿Los mejores profesionalmente? Fue el verdadero camino de la vida mía. Entraba a las nueve todas las noches y empezábamos a tocar a las nueve y media o las diez. Luego descansábamos media hora, había otra orquesta, y volvíamos a tocar otra media hora. Así hasta las cuatro de la madrugada.

Allí conoció a Nat King Cole. Y tocó el piano en seis de los siete temas que el ‘crooner’ grabó en 1958 para su disco en español. Era una gran persona. Bebía vodka con jugo de naranja por la mañana. Me decía que me tomase un trago con él y nos metíamos una hora tocando. ¿Qué iba yo a hacer si tenía que tocar con él? Nunca necesitó una nota para cantar. A todos los cantantes tenía que darles la introducción para ellos coger el tono. A él, no, tenía oído absoluto. Había dos palabras que no podía decirlas [se ríe]. Una era cachito, que decía cachirou…, y de la otra ya no me acuerdo porque hace mucho tiempo.

Sus pianistas de jazz preferidos son Art Tatum y Bill Evans. Pero el pianista que más admira ¿sigue siendo Ernesto Lecuona? Ése es mi ídolo. Un pianista y un compositor divino. Ernesto Lecuona tiene una mano izquierda que ningún otro pianista en el mundo la tiene. Iba aún con pantalón corto y ya tocaba en el cine, porque entonces las películas eran mudas. Yo le conocí a él de verlo en la radio y de hacerle arreglos. Yo le decía siempre “maestro”. Era maricón, pero no afeminado. Para mí, el mayor músico de Cuba.

Y Cachao estará ahora tocando el contrabajo y haciendo sus cuentos en el cielo… ¡Coño! Cachao era más que un hermano. Nació el 14 de septiembre de 1918 y yo el 9 de octubre. No llega al mes. ¿Tú sabes que era un bailarín de primera? Ganó en La Habana el premio Fred Astaire, pero se cayó un día jugando a la pelota y se le rompió la cadera. Y ya no podía bailar. Yo siempre me reía con él.

¿Alguna anécdota suya que recuerde? Hay millones, pero se me olvidan [se ríe]. Siempre estaba haciendo cuentos, ¿cuándo no? La última vez estábamos hablando de que a fulano hacía mucho tiempo que yo no le veía. “Yo lo vi”, me dice, “salió para Honduras”. Le pregunto en qué ciudad estaba y me dice: “Bebo, no comas mierda; está en Honduras, está bajo tierra”. [se ríe]. Cuando Cachao estaba en Los Ángeles, todo el dinero que ganaba lo perdía en las máquinas. Ese vicio del juego ya le venía de La Habana. Era uno de los genios más grandes que conozco, aunque no se daba cuenta o no quería. Él lo que quería era tocar danzones y montunos. No música clásica, porque eso no le divertía.

Curioso que hasta ‘Calle 54′ nunca hubieran grabado juntos. Ni habíamos trabajado juntos en Cuba. Porque él se dedicó a la charanga y yo al jazz. Él creó el mambo y trabajaba en la Sinfónica. Y la dejó para estar con la orquesta de Arcaño, que tocaba lo que a él le gustaba.

Su gran creación, el ritmo batanga, en el año 1952, no trascendió. Dice que duró lo que un merengue a la puerta de un colegio. ¿Qué pasó? El problema es que el mambo estaba entonces en lo más alto, con Pérez Prado, y que el batanga no tuvo coreografía, no tenía baile. La orquesta era para decir “¡ay!” [estaban Benny Moré, Chocolate Armenteros, El Negro Vivar, Generoso Jiménez, Guillermo Barreto…].

La presentación del batanga el 8 de junio de 1952 en la Cadena Azul se grabó, y Chucho asegura que es una de las cosas más fantásticas que haya escuchado. La grabación la tenía guardada Guillermo Barreto, pero tras su muerte y la de su mujer, Merceditas Valdés, ha desaparecido… Yo no sé quién la tiene, pero ni me la prestan, ni me la dan. Ni los arreglos míos. Allí siempre tienen castigo para mí.

Cuando usted y Rose Marie Pehrson se casaron, usted tenía 44 años y ella 18. Pese a quejarse de la memoria, no olvida la fecha en que la conoció en Estocolmo… Sí, el 7 de abril de 1963. Yo tocaba con los Lecuona Cuban Boys en un restaurante del parque de atracciones. Era un concurso de belleza, y cuando pasó a mi lado le dije: “Yo creo que tú eres más linda que la que ganó” [se ríe]. Después ella me dijo que tocaba muy bonito y la invité a un refresco. Yo no era tan mujeriego como la gente cree; aunque de gira por el norte de Europa con los Lecuona, cualquier mujer a la que yo invitara se iba a la cama conmigo. Y óyelo bien, con las otras dos mujeres con las que tuve hijos, Pilar y Noemí, los hijos míos están reconocidos. Todos tienen mi nombre. Y nunca, estando yo ya fuera de Cuba, ellas dejaron de recibir dinero. Cuando no tenía, les mandaba una carta para decirles que se iba a demorar.

¿Piensa seguir tocando? Yo quiero tocar hasta que me muera. ¿Qué voy a hacer metido en mi casa? Me meto en casa por mi mujer; si no, me voy para la calle a caminar, a hacer lo que me dé la gana, pero la quiero cuidar porque no se siente bien. En los tiempos malos se portó muy bien. A veces yo estaba un día o dos sin comer. Le daba lo poquito que entraba y le decía que ya había comido con fulano. Ella estaba esperando un niño y yo no quería… ¿Quieres que te diga algo? A mí ella todavía me gusta. (CARLOS GALILEA/EL PAIS SEMANAL)

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