Yaimara, 43 años, siente que la revolución le ha fallado. Todas las noches tiene que cargar veinte cubos de agua para llenar un tanque de 55 galones que utiliza para cocinar, bañarse y limpiar su habitación ubicada en una cuartería [ciudadela] destartalada del municipio Arroyo Naranjo, al sur de La Habana. Vive mal, come poco y dentro de diez años no cree que haya cambios importantes en su vida. Por las cañerías rotas seguirá dilapidándose el agua potable. Las calles interiores de su barrio continuarán si asfaltar. Y para tener una vivienda decente tendría que esperar un milagro.
Sur Florida/ Diario Las Americas
La lista de quejas es amplia. Yaimara no es disidente, no conoce al Movimiento San Isidro ni ha leído a Gene Sharp y su libro de técnicas de golpes blandos. Pero de algo está segura. Cuba tiene que cambiar. “Llevamos 62 años en lo mismo. ‘Muela y más muela’. Pero el país sigue en marcha atrás, donde único funciona Cuba es en el noticiero de televisión. Si las cosas no cambian, puede suceder lo peor. Existe demasiado resentimiento, demasiada frustración contenida”, confiesa Yaimara.
Reformas verdaderas
Pregúntele a cualquier cubano si no desea reformas auténticas, menos controles económicos y mayor democracia. Erasmo, trabajador en una metalurgia, cree que “el pueblo es el que debe elegir a los presidentes. El ‘bloqueo’ [embargo económico de EEUU] habrá hecho mucho daño, los opositores podrán ser mercenarios, pero cuando tú quitas todo eso, el país sigue sin resolver sus deficiencias y con muchísimas carencias. Faltan desde los fósforos hasta un buen par de zapatos. No entiendo, para comprar alimentos en las tiendas por dólares no hay ‘bloqueo’. No hace falta ser disidente para saber que la revolución ya no da más. Hay que cambiar. La gente quiere vivir mejor y tener planes de futuro en su propio país”.
En sus inicios, el proceso revolucionario comandado por Fidel Castro generó grandes expectativas entre los cubanos de a pie. Cumplió algunas de sus promesas y otras olímpicamente las ignoró. Fue una ocasión perfecta para refundar la república. Pero Castro optó por el populismo, polarizar la sociedad con juicios sumarios y penas de muerte. La revolución cubana concluyó en abril de 1961, cuando se apostó por el socialismo y abiertamente el gobierno implantado por Castro se afilió a la ideología marxista. Un año antes, en mayo de 1960, Fidel sepultó a la prensa libre. El control social se consolidó. Comenzó una etapa dictatorial regida por un solo partido.
Exportadores de conflicto
El país se sovietizó. Tropas de militares de la extinta Unión Soviética (URSS) estuvieron acampadas en la Isla. Por primera vez en la historia nacional el ejército cubano participó en una guerra fuera de su territorio. Se hipertrofió la realidad. Llegamos a ser quinto lugar en unos juegos olímpicos, tener una ejército de un millón de hombres en armas, tres mil tanques de guerra T-62 y casi trescientos aviones de caza MIG. Los servicios especiales hicieron labor de inteligencia en países de América Latina, Europa, Asia y África. El gobierno cubano estuvo involucrado en la subversión en el continente latinoamericano y la preparación de combatientes y terroristas de medio mundo.
En la década de 1980 Castro creó una industria biotecnológica y farmacéutica avanzadas. No se invirtió en un desarrollo armónico. La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y desaparición de la URSS a finales de 1991 dejó a la Cuba castrista en pañales. Siempre se vivió de la renta. Una tubería de rublos que duplicó el Plan Marshall de Estados Unidos a Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces llegó la etapa de indigencia.
La reconversión
Lo razonable era abrirse al mundo. Pero Fidel Castro siempre fue un dictador muy peculiar. Creo bolsones de capitalismo y en 1993 autorizó el dólar estadounidense simplemente para sufragar y mantener su modelo político. Ya para los años 90, la mayoría de los generales sustituyeron sus charreteras por pulcras guayaberas blancas o trajes a la medida. Con cautela, Raúl Castro diseñó una reconversión.
Se fundaron empresas militares que comenzaron a registrar cientos de millones de dólares al margen de las cuentas del Estado. ETECSA, la empresa de telecomunicaciones de Cuba, que no es una empresa estatal sino una sociedad anónima, es controlada por misteriosos accionistas locales. GAESA, conglomerado militar que controla empresas recaudadoras de divisas, administrada por Luis Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl Castro, maneja un presupuesto en divisas tres veces mayor que el presupuesto nacional.
El grupo hotelero Gaviota está entre los primeros en el ranking mundial en número de habitaciones en hoteles y centros turísticos. El gobierno real de Cuba es ése. El otro, el de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, es una puesta en escena.
Combinación perfecta
Si a las medidas de Trump contra las empresas militares, se suman las presiones de las diferentes administraciones estadounidenses contra Venezuela, el fracaso de las tímidas reformas en la economía y en la agricultura, y la pandemia del COVID-19, el resultado es la feroz crisis económica que hoy vive Cuba.
Las más de 300 medidas económicas que pretende implementar el régimen están bien encaminadas. Pero mal concebidas por los excesivos controles estatales, además de una lenta aplicación. Se priorizó la apertura de tiendas de alimentos en dólares antes de potenciar las micros, pequeñas y medianas empresas. Se ha llegado a un punto de no retorno.
El descontento social en Cuba no tiene nada que ver con las delirantes teorías de conspiración que quiere vender la autocracia verde olivo. Las causas son concretas. Se le ha mentido al pueblo. Demasiadas promesas incumplidas. Un burocratismo letal. Funcionarios corruptos que se han enriquecido en sus cargos. Incapacidad del modelo económico para producir los alimentos que se necesitan. Una agricultura cuyas cosechas decrecen cada año. Una industria azucarera incapaz de producir dos millones de toneladas anuales de azúcar.
Miles de vacas que mueren de hambre y sed solo en varias provincias. Fábricas y empresas descapitalizadas que tienen que ser subsidiadas. Un montón de gerentes, funcionarios y ministros ramplones, con un lenguaje caótico cargado de jergas y consignas partidistas. La actual presidencia designada por Raúl Castro no tiene nada que ofrecer al pueblo. Intentando aliviar el descontento descargan la culpa en otros. En primer lugar el bloqueo yanqui, como siempre. Se montan campañas dirigidas contra los emprendedores privados, los ‘coleros’, los especuladores y sobre todo, contra los disidentes.
Negar la realidad
No quieren enfrentar la realidad. El sistema no sirve. No funciona. Pueden estar meses gastando ríos de tinta o intentando explicar en la televisión que el Movimiento San Isidro, los artistas e intelectuales que estuvieron en el plantón frente al Ministerio de Cultura o los periodistas independientes y opositores son herramientas de las instituciones de Estados Unidos para desestabilizar el país y la gente no les cree, porque saben quiénes son los culpables: los gobernantes, que son pésimos administradores.
Las tiendas en dólares seguirán siendo impopulares. Los emprendedores privados consideran que son un estorbo. Los trabajadores estatales no esperan nada bueno del próximo ordenamiento monetario. Y un segmento amplio de jóvenes y profesionales seguirá haciendo planes para emigrar.
La negativa del régimen de no dialogar con los que piensan diferente va contra del deseo popular. La mayoría de los ciudadanos de a pie considera que el diálogo es la única forma de enderezar el disparate. Con monólogos gobernarán más fácil, pero muchos problemas seguirán. Y aunque encarcelen disidentes, no resolverán el desabastecimiento general ni las colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo.
El régimen debiera hacer un profundo examen de autocrítica. Pedir perdón por las humillaciones ocasionadas en determinados momentos a quienes deseaban emigrar o forzaron a trabajar en granjas militares a jóvenes por el solo hecho de ser homosexuales, religiosos, roqueros… Reconocer definitivamente, que más allá del embargo económico y financiero de Estados Unidos, son los culpables de la catástrofe.
Sesenta y dos años llevan prometiéndoles a los cubanos una vida próspera. Nunca lo han logrado.