Para los pequeños minoristas en Estados Unidos, el coronavirus ha convertido un entorno empresarial ya desafiante en una incertidumbre sin fin.
SurFlorida/ENH
Amy Witt puede tener 20 clientes en un buen día en su tienda de ropa para mujer en Dallas, y ninguno al día siguiente.
“Es una montaña rusa todos los días”, dice Witt, cuya tienda, Velvet Window, reabrió el 1 de mayo después de permanecer cerrada desde marzo. “Estamos haciendo todo lo posible para cubrir los gastos y mantener la tienda con inventario”.
Muchos de los clientes de Witt todavía están reacios para ir a las tiendas, especialmente desde que el virus resurgió en Texas. Cuando reabrió la tienda en mayo, Witt dijo a The Associated Press que planeaba recurrir a horarios de compras privados para atraer compradores. La estrategia ha ayudado, pero las ventas siguen estando muy por debajo de las expectativas. Además, Witt planea vender en un mercado al aire libre donde los compradores puedan sentirse más cómodos.
Aún así, la pequeña empresaria está agradecida: hay tiendas vacías en el centro comercial donde se encuentra Velvet Window.
Los pequeños minoristas, especialmente los que venden artículos que no son de primera necesidad, como ropa, siguen luchando meses después de que los gobiernos estatales y locales levantaran las órdenes de confinamiento para contener el virus. Sin embargo, como el COVID-19 todavía no está bajo control en muchas áreas, hay consumidores preocupados que prefieren quedarse en casa y compran en línea o, si se aventuran, van a grandes tiendas como Walmart y Target, donde pueden adquirir otras cosas.
Datos recientes del gobierno muestran que la venta de ropa en las tiendas minoristas cayó casi 36% de mayo a julio. Pero los minoristas en línea y otros minoristas no tradicionales vieron cómo sus ventas se dispararon 26%.
Washington fue uno de los primeros epicentros del virus en Estados Unidos y uno de los primeros estados en cerrar su economía. Ambika Singh sintió el impacto de inmediato: su empresa, Armoire, alquila ropa a mujeres profesionales. Sus clientes, encerrados en casa, ya no necesitaban ropa para la oficina, cenas y viajes de negocios.
Singh tuvo que cerrar permanentemente sus dos tiendas en Seattle, sabiendo que no podrían mantenerse, y ha adaptado su negocio para internet para satisfacer las necesidades cambiantes de los clientes: ahora buscaban prendas diferentes, como camisas para verse presentables en videoconferencias aunque abajo trajeran pantalones deportivos.