23 de diciembre de 2024 10:15 PM

La heroica historia de un boricua que abrió las puertas para que la gente se salvara

William Rodriguez salvó a mucha gente el 11-SWilliam Rodríguez va a todos lados con una llave que no abre ninguna puerta. Es cuadrada, y un poco más grande y pesada que una llave común de una casa o un departamento. William la ha mostrado infinidad de veces y se ha sacado miles de fotos con ella, incluida una con el actor Charlie Sheen y otra con el ex primer Ministro de Malasia, Mahathir Mohamad.

La llave en cuestión es una de las cinco llaves maestras de la torre norte del World Trade Center, donde se estrelló el vuelo 11 de American Airlines, a las 8.46 de la mañana del 11 de septiembre de 2001. William estaba en el sótano del edificio. Salió, vio lo que pasaba, y volvió a entrar. Trepó las escaleras con los bomberos, abriendo y cerrando puertas con su llave, sacó gente, y logró salir justo cuando la torre se desplomaba sobre su cabeza, casi dos horas después del impacto.

La heroica historia de William quedó marcada por un ingrediente único: fue el último hombre en salir de la torre norte.

“Era un día precioso, era un día claro. Tan bonito, que pensé en no ir a trabajar. Yo me encargaba de limpiar 110 pisos de escaleras diarias en la torre norte. Mi jefe me dijo que fuera, que nadie quería hacer mi rutina”, contó, en una charla con el diario argentino  LA NACION, en el parque de la Capilla de San Pablo, frente al sitio que ahora todos conocen como Ground Zero.

William ha ofrecido esta introducción, o una más o menos parecida, decenas de veces, en decenas de entrevistas que ha dado en los últimos diez años, y, sobre todo, en las últimas semanas, cuando se lo pudo ver varias veces delante de una cámara merodeando por la zona donde hace una década su vida cambió para siempre, como le gusta decir.

William, un puertorriqueño grandote con verborragia caribeña, dejó las escobas y construyó un personaje auténtico sobre su figura de héroe. Ahora trabaja como “orador motivacional”. Luego de los atentados, peleó por los derechos de los latinos indocumentados afectados por la tragedia. Ha viajado por el mundo dando conferencias sobre manejo de crisis, teorías conspirativas sobre los atentados y liderazgo. De hecho, en medio de la entrevista, cuenta que planea una serie de conferencias con Mario Sepúlveda, uno de los 33 mineros chilenos que permanecieron durante más de dos meses atrapados bajo tierra.

La llave que abre todas las puertas

La mañana del 11 de septiembre de 2001, William marcó su tarjeta en uno de los seis niveles del sótano de la torre norte y se puso a charlar con uno de sus supervisores, cuando escuchó una explosión tan fuerte que sacudió al edificio, activó los rociadores, rajó las paredes y derrumbó partes del techo encima de ellos.

“Lo primero que se me ocurrió en ese momento es que había reventado un generador de energía”, apuntó.

Junto con un grupo de gente salió del edificio, vio personas mirando hacia arriba, volteó la vista y divisó la torre cubierta de humo. Pensó en sus amigos latinos que trabajaban en el restaurante “Windows on the World”, en el piso 106 de la torre norte, con los que a veces desayunaba. Le dijo a la gente a su alrededor que tenían que volver. Su supervisor le indicó que no, que se tenían que quedar ahí, pero él tomó una radio y corrió por el sótano hasta el centro de control de operaciones de la torre sur, desde donde se manejaban las emergencias. No había nadie. Volvió al sótano de la torre norte, otra vez. Subió, ayudó a una persona herida a llegar a una ambulancia y, en medio del caos, se encontró con un policía que le preguntó si tenía la llave maestra del edificio. William dijo que sí, y el policía le dijo a los bomberos que lo siguieran.

“Los bomberos comenzaron a seguirme piso por piso, mientras yo abría las puertas para que la gente salga”, continuó su relato William.

Sin el peso del equipo que cargaba cada bombero y acostumbrado a subir las escaleras, William terminó adelantándose. Llegó hasta el piso 27. Allí los bomberos se desplomaron, exhaustos, y él decidió seguir solo. En el piso 33 encontró una señora tirada, temblando. La levantó, la sacó a las escaleras y siguió luego hasta el piso 39. Allí escuchó una segunda explosión y sintió un nuevo sacudón, presumiblemente, del impacto del segundo avión en la torre sur. Le dijo al policía que estaba con él que subieran, pero el agente le dio la orden de evacuar. Bajó hasta el lobby y se dirigió a la salida.

“Ahí vi la cosa más horrible de mi vida, todos los cuerpos de las personas que se tiraron y quedaron como si fueran calcomanías. Era dantesco. No se veían restos humanos. Aquello era una masa de carne y de pelo. Y empecé a gritar ¡qué es esto!, ¡qué es esto!, y encontré a la señora que había ayudado partida por la mitad”, relató.

“En ese momento me gritaron ¡corre!, ¡corre!, ¡corre! Y como no tenía donde correr, me tiré debajo del camión de bomberos mientras todo el edificio comenzó a derrumbarse encima mío. Tres horas y media después me rescataron”.

El milagro, dijo, fue que las gomas del camión de bomberos debajo del que se tiró no reventaron.

 

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