Para derribar a los escépticos y antivacunas, investigadores de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) elaboraron un decálogo con argumentos científicos.
Sur Florida / Infobae
A lo largo de la historia, los seres humanos han desarrollado con éxito vacunas para una serie de enfermedades potencialmente mortales, como la meningitis, el tétanos, el sarampión y la poliomielitis. Sin embargo, diferentes movimientos en el mundo buscan desprestigiar la vacunación, pro ello un grupo de investigadores elaboran argumentos científicos para convencer a algunas personas.
“El COVID-19 muestra cómo el movimiento anticiencia causa muertes en el mundo”, decía a Infobae Peter Hotez, pediatra y especialista en enfermedades infecciosas. A la vez que advierte que “el auge de la anticiencia crea una atmósfera de intimidación, especialmente para los científicos jóvenes”.
En los últimos cinco años se vio un regreso significativo de las enfermedades infecciosas epidémicas, que culminaron en COVID-19. El autor se preguntó cómo podemos prevenir enfermedades futuras mediante la expansión de la diplomacia, la cooperación científica y de vacunas. Especialmente para combatir los problemas que los humanos nos hemos causado tales como los movimientos anticiencia que propagan fake news y tergiversan hechos.
EEUU y Europa
En Estados Unidos y Europa, el movimiento anticiencia y antivacunas es extremadamente preocupante. Como explicaba hace unos meses Chelsea Clinton, “el movimiento antivacuna pre COVID-19 capitalizó los traumas de este momento histórico que generó la pandemia con sus esquemas de confinamiento y creó alianzas con los movimientos antimascarillas y otros grupos de personas anticiencia”.
En España, una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) aseguraba que solo el 6,5 % de la sociedad española no estaba dispuesta a vacunarse contra el coronavirus, y que otro 5% tenía dudas y aún no estaba decidido. Sin embargo, hoy esos porcentajes podrían haberse visto incrementados debido a las cambiantes decisiones políticas sobre para quién es adecuada o no cada tipo de vacuna.
Los científicos de todo el mundo se encuentran en este momento tratando de mostrar, a través de cifras, estudios y evidencia irrefutable, que la vacuna es imprescindible. “Las vacunas funcionan. Las vacunas funcionan”, repitió en un tweet una y otra vez Eric J. Topol, profesor de medicina molecular en el Instituto Scripps Research que formó parte del consejo asesor del Proyecto de rastreo COVID. Hacía referencia a los alentadores datos de Eran Segal, uno de los científicos más prestigiosos de Israel, que mostraba los números que probaban el éxito de la vacunación en su país.
Para hacerles frente a los más dubitativos o escépticos, investigadores de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) elaboraron un decálogo con argumentos científicos a favor de la vacunación contra el COVID-19:
1.- Todos los medicamentos tienen efectos secundarios, pero sus beneficios son muy superiores a los riesgos que se asumen.
2.- Desde el comienzo de la vacunación, los fallecimientos en residencias de ancianos se han reducido drásticamente.
3.- Las vacunas son las terapias más seguras y los posibles riesgos de las vacunas son poco probables.
4.- Las vacunas basadas en ARN se llevan estudiando desde hace veinte años.
5.- Los riesgos derivados de la COVID-19 son muy superiores, con riesgo de muerte, a las poco frecuentes trombosis derivadas de las vacunas.
6.- No hacer una vacunación masiva prolongará la pandemia durante mucho más tiempo. No existen certezas, pero no hacer nada no va a mejorar la situación.
7.- La vacunación masiva permite la vuelta a la normalidad y la recuperación paulatina de la normalidad.
8.- Si ante una primera dosis no ha habido reacción, el riesgo de sufrir algún tipo de efecto secundario con la segunda dosis es mínimo.
9.- Los profesionales sanitarios y el personal de residencias han sido los primeros colectivos en vacunarse y los efectos secundarios graves apenas han existido.
10.- Vacunarse es un acto altruista: no solo se protege uno mismo, también contribuye a la protección de toda la sociedad, especialmente de aquellas personas inmunodeprimidas que no pueden optar a este tipo de terapias.